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15.05.2025 01:23 PM
Trump contra el dólar: por qué a la Casa Blanca le conviene una moneda débil

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Algo extraño le está ocurriendo al dólar: se debilita, pero nadie lo reconoce oficialmente como una debilidad. El Departamento del Tesoro repite su mantra sobre una "moneda fuerte", Trump guarda silencio y, mientras tanto, el índice del dólar cae, las monedas asiáticas se fortalecen y los inversores huyen hacia el euro y el oro. Todo parece suceder sin directivas ni decisiones, pero demasiado consistentemente como para ser una coincidencia. Analizamos por qué una divisa débil beneficia a la administración estadounidense y quién gana con esta silenciosa devaluación.

Frente asiático: cómo las conversaciones con Seúl hicieron caer el dólar sin una sola declaración

La ilustración más reciente y clara de lo que está pasando con el dólar es la reacción inesperada y casi teatral del won surcoreano ante unas negociaciones aparentemente insignificantes.

Ayer se supo que el 5 de mayo se celebró en Seúl una reunión entre el viceministro de Finanzas de Corea del Sur, Choi Ji Yeon, y Robert Kaproth del Tesoro de EE. UU. . Formalmente, se trataba de una discusión sobre los mercados de divisas. Nada más. Sin comunicado, sin decisiones, sin titulares ruidosos.

Pero el mercado no esperó explicaciones: el miércoles, el won se disparó más de un 2% frente al dólar. Para una moneda que el año pasado era considerada la más débil de Asia, es un gran momento. Para el billete verde, es una señal preocupante.

El simple hecho de que una reunión breve provoque tales movimientos dice mucho: el mercado está convencido de que EE. UU. ya no sigue una línea dura respecto a un dólar fuerte. Si los funcionarios estadounidenses discuten tipos de cambio con sus socios, entonces se permite el enfoque en el que el tipo de cambio del dólar forma parte de la negociación.

No importa si se alcanzaron acuerdos: el solo diálogo se percibe como una señal de que Washington está dispuesto a pasar por alto una depreciación del dólar si eso ayuda a avanzar en sus intereses comerciales.

En mayo, el dólar taiwanés vivió su mayor subida de dos días desde 1988, coincidiendo con el fin de las consultas comerciales entre EE. UU. y Taiwán.

De forma similar, el yen japonés continúa fortaleciéndose frente al dólar, pese a correcciones puntuales. Desde principios de año, el JPY se ha apreciado más de un 6% frente al dólar, y este comportamiento, al igual que el del won y el dólar taiwanés, contradice la lógica de un "dólar fuerte".

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Las monedas que hasta hace poco eran consideradas vulnerables se están fortaleciendo al unísono —y cada vez se percibe más como una reacción al consentimiento tácito de Washington respecto a la debilidad del billete verde.

Es revelador que las divisas que se están apreciando sean de países geográficamente clave: Corea del Sur, Taiwán, Japón —todos incluidos desde hace tiempo en la "lista de observación cambiaria" de EE. UU.

En cada uno de estos casos, el tipo de cambio no es solo un indicador económico, sino parte de la arquitectura diplomática. Y cuando EE. UU. se sienta a la mesa con estos socios, incluso sin declaraciones formales, el mercado concluye: el dólar forma parte de la agenda, aunque no esté firmado.

Los analistas lo están registrando. Desde Goldman Sachs señalan que, pese a la falta de detalles sobre las reuniones, el solo hecho de celebrarlas "reorienta el enfoque del mercado hacia las monedas con déficit comercial" que se convierten en beneficiarias potenciales de un dólar débil. En particular, el won surcoreano, que el año pasado era el que más caía en la región, ya ha subido un 6% en 2025. Y esa tendencia está lejos de agotarse.

El estratega de mercado Kieran Williams lo resume así: el repunte del won "es un cambio simbólico en la percepción". Si antes la debilidad del dólar era un escenario hipotético, ahora se percibe como aceptable. Y por tanto, como real.

El dólar sigue perdiendo posiciones incluso frente a una cesta más amplia de monedas. El índice DXY, que refleja su relación con seis divisas clave, el miércoles testó el nivel de 100,24.

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Sí, técnicamente el dólar todavía muestra un crecimiento en el último mes, pero eso parece más una ilusión de subida que un fortalecimiento real. La estructura de ese movimiento responde a correcciones puntuales derivadas de la incertidumbre del mercado, no a una demanda sólida.

Bajo una aparente estabilidad se esconde una tendencia inestable: el dólar no sube, oscila. Y cada nueva señal desde la Casa Blanca solo refuerza la sensación de que su rumbo es descendente.

Los analistas del Commonwealth Bank of Australia advierten que en las próximas semanas el dólar podría fortalecerse temporalmente entre un 2% y 3% por la pausa de 90 días en la guerra comercial con China. Pero dicha estabilización sería meramente técnica, un respiro antes de que las divisas asiáticas reanuden su avance.

Las señales fundamentales siguen intactas: el dólar no se fortalece por sí mismo —sólo recibe apoyo esporádico por pausas, concesiones y expectativas. Pero la estrategia sigue siendo la misma. La Casa Blanca guarda silencio, los mercados leen entre líneas, y con cada episodio aumentan las dudas sobre la supuesta política de "dólar fuerte" de EE. UU.

Una trayectoria sin dirección: cómo el dólar está perdiendo su escudo.

La posición oficial del Departamento del Tesoro de EE. UU. suena alentadora: la política de un dólar fuerte sigue siendo "inquebrantable".

El secretario del Tesoro, Scott Bessent, asegura a los socios internacionales que el rumbo no ha cambiado, y los acuerdos comerciales firmados por EE. UU. no incluyen compromisos cambiarios. Todo parece familiar, tranquilizador, incluso correcto. Pero hoy el mercado no vive de comunicados de prensa.

Como ocurre a menudo en política, la realidad se aleja fundamentalmente de las declaraciones oficiales. A pesar de la retórica de Bessent, los mercados siguen nerviosos, y no sin razón. Donald Trump ha acusado a los mayores socios comerciales de EE. UU. de manipulación monetaria. Y ahora, en su segundo mandato, su administración actúa como si estuviera lista para hacer lo mismo que antes criticaba.

Con la última ronda de gestos de "buena voluntad" por parte de Washington, las divisas asiáticas —el won surcoreano, el dólar taiwanés y el yen japonés— muestran un crecimiento sincronizado y sostenido.

Y esto no puede explicarse simplemente como coincidencia. Cuando varias monedas se fortalecen justo después de contactos con una delegación estadounidense, y EE. UU. no interviene, el mercado llega a una conclusión lógica: el tipo de cambio del dólar ya no es tabú. Su debilitamiento no es una casualidad, sino un efecto secundario permisible de la estrategia actual.

Desde el regreso de Trump a la Casa Blanca, el dólar ha perdido aproximadamente un 8% frente a otras divisas mundiales. Y aunque no hay indicios directos de una devaluación planificada, la lógica del mercado es cada vez más clara: incluso si el objetivo no se dice en voz alta, se percibe. Como señaló el analista Haris Khurshid: "los mercados ya actúan como si el debilitamiento del dólar estuviera implícito"

Curiosamente, la estructura misma de la política monetaria de EE. UU. parece hoy un territorio fuertemente custodiado. Según fuentes, todas las discusiones sobre divisas se realizan únicamente en presencia de Bessent.

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Ningún otro funcionario está autorizado a tratar este tema con socios extranjeros, ni pública ni privadamente Esto subraya lo delicado del asunto: el dólar ya no es solo una unidad monetaria, sino un punto neurálgico, donde cualquier palabra imprudente puede tener repercusiones globales.

Aun así, entre los asesores de Trump no hay consenso sobre mantener una moneda fuerte. Economistas como Steven Miran, quien gana protagonismo en la administración, ya no ven al dólar como un bien absoluto.

Por el contrario, su enfoque considera que debilitar al dólar puede reducir los costos del liderazgo monetario global, eliminar la "carga de moneda de reserva" y estimular las exportaciones.

Esta filosofía, aunque no esté formulada oficialmente, ya influye en el comportamiento de los inversores. El abandono del dólar, el aumento en la demanda de activos alternativos, el alza de la volatilidad, la cautela en posiciones largas —todos son signos de desconfianza hacia el statu quo. Y el mercado no necesita instrucciones directas: reacciona al clima.

Mientras la Casa Blanca guarda silencio público sobre el dólar, las acciones y las insinuaciones dicen más. Los reguladores asiáticos observan atentamente: para ellos, el dólar es un canal comercial, un factor inflacionario y una base de estabilidad. Y cuando la mayor economía del mundo trata su moneda como una herramienta flexible de negociación, los demás se preguntan no por la política, sino por la confianza.

El dólar, que durante décadas fue el ancla del sistema global, ahora se comporta como una construcción móvil. Si antes sus fluctuaciones causaban sorpresa, ahora solo queda preguntar: ¿es esto una estrategia oficial o una táctica aún informal? Sea cual sea el caso, el mundo ya está incluyendo un nuevo riesgo en la ecuación: que el principal activo global ya no quiera ser indiscutible.

Todo por conveniencia: por qué Trump quiere un dólar débil

Y así llegamos al punto más interesante. Porque una cosa es observar cómo el dólar se debilita, pese a las promesas de Washington, y otra muy distinta es entender por qué esto podría ser útil para la administración Trump.

Demasiadas coincidencias, muy pocos desmentidos, y una caída del dólar demasiado constante para ser casualidad. Su debilitamiento parece menos un error de mercado y más una estrategia deliberada. Y, como suele suceder en economía, detrás hay beneficios —y no menores.

Durante los primeros cien días del mandato de Trump, el dólar cayó un 9,5%, una cifra sin precedentes. Para comparar: bajo Biden, en el mismo periodo, el dólar subió apenas un 0,1%; con Obama, un 1,1%; y con George W. Bush, un 4,5%. Ahora es al revés. Y el mercado lo entiende: estamos ante un caso raro donde una moneda débil es el objetivo político, no un problema.

Todo comenzó con la inauguración. En su discurso, Trump prometió "aranceles masivos para enriquecer a los estadounidenses" —y el mercado entendió que no se trataba solo de impuestos a las importaciones, sino de reconfigurar el modelo comercial.

Dos meses después, EE. UU. anunció aranceles contra 185 países —desde simbólicos 10% hasta agresivos 50%. La moneda reaccionó de inmediato: el índice del dólar cayó a su mínimo de tres años, y la confianza aún más.

Pero aquí está la clave: ¿por qué le conviene esto a Washington? Un dólar débil fortalece directamente las exportaciones de EE. UU. Hace que sus productos sean más baratos para los compradores internacionales y, por tanto, aumenta la demanda externa.

En cambio, las importaciones se encarecen, reduciendo el consumo de bienes extranjeros y disminuyendo el déficit comercial. Para Trump, obsesionado con los números del comercio exterior, esto no es un simple efecto secundario positivo: es un pilar de su estrategia económica.

Por supuesto, este enfoque no se hace público. A EE. UU. no le conviene decir que la devaluación es parte del plan. Pero el mercado lo percibe. Los inversores evitan el dólar, se pasan al euro, al franco suizo, al yen, al oro. Los bonos del Tesoro pierden valor y sube su rendimiento.

Estados Unidos no solo estimula las exportaciones —está rediseñando la percepción misma del dólar como divisa global incontestable. Y lo hace justo cuando el mundo ya empieza a buscar alternativas.

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Para los países en desarrollo, el debilitamiento del dólar es casi una bendición. Turquía, Egipto, Pakistán, Argentina —aquellos cuyas deudas están denominadas en dólares— reciben un respiro financiero. Sus gastos en el servicio de la deuda externa disminuyen y la presión sobre sus monedas se relaja.

A su vez, Estados Unidos obtiene no solo puntos diplomáticos, sino también socios más flexibles en las negociaciones. Cuando pagar es más fácil, negociar también lo es.

Pero en un sentido más amplio, un dólar débil es una herramienta para socavar el viejo modelo del comercio global, en el que Estados Unidos ha jugado durante demasiado tiempo el papel de productor, consumidor y gendarme. Ahora intenta deshacerse de esta triple carga.

Una moneda barata es un golpe para las economías orientadas a la exportación: Alemania, Japón, Corea del Sur comienzan a perder competitividad. Y junto con ello, pierden argumentos en las disputas comerciales.

También hay una dimensión geopolítica. La caída del dólar crea oportunidades para la transición hacia un sistema monetario multipolar. China puede promover con más fuerza el yuan, y los países BRICS podrían vender materias primas en monedas alternativas.

Estados Unidos parece estar lanzando un proceso en el cual el dólar dejará de ser el único centro. Y en ello hay un cálculo: si el monopolio ya no te favorece, destruye el monopolio. Mejor una competencia controlada que una dominación fuera de control.

Por supuesto, esta política no está exenta de riesgos. El debilitamiento del dólar afecta a los países con monedas vinculadas a él —Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y otras economías del Golfo. Desestabiliza los mercados energéticos, reduce los ingresos de los exportadores de petróleo, incluida Rusia. Aumenta la volatilidad y obliga a otros países a reconsiderar sus reservas. Pero al parecer, para Trump la estabilidad de la economía mundial es menos importante que la eficacia de la estrategia nacional.

Un dólar débil no es un efecto colateral de una política agresiva. Es su fundamento. No se sabe cuánto tiempo podrá Estados Unidos equilibrarse entre la influencia monetaria y los beneficios de una devaluación. Pero por ahora, Washington apuesta por el efecto a corto plazo. Y en esta lógica, un dólar débil significa una América fuerte. O, al menos, su versión, donde ganar importa más que ser el ancla de todos los demás.

¿Qué deben hacer los traders?

Para el trader, este es precisamente el período en que la volatilidad no es una amenaza, sino una oportunidad. Pero una oportunidad engañosa: el dólar ya no sigue a la macroestadística de forma directa, no reacciona linealmente a la tasa, no obedece a los pronósticos de los manuales. Ahora es un activo político. Lo que significa que el comportamiento del par de divisas se determina más por los matices de una reunión a puerta cerrada que por los datos económicos.

¿Qué significa esto en la práctica? Primero, la tendencia de debilitamiento del dólar sigue vigente. Aunque pueden producirse repuntes a corto plazo, especialmente ante pausas en la retórica arancelaria o datos macroeconómicos sólidos, la línea estratégica de la Casa Blanca todavía permite —si no fomenta— la caída del dólar.

Esto implica una mayor atención a las monedas asiáticas, especialmente al yen: aún se encuentra en fase de fortalecimiento. Las apuestas a largo plazo contra el dólar en este par siguen siendo justificadas.

En segundo lugar, hay que tener extrema cautela con las posiciones orientadas a una recuperación del dólar "por inercia". Los participantes del mercado ya no operan basándose en la creencia en su excepcionalidad. Cualquier crecimiento se verá como una corrección, no como un regreso al "dólar fuerte". Este es un cambio importante: antes, el crecimiento del dólar era la norma, ahora es la excepción.

En tercer lugar, es lógico considerar activos defensivos como el franco suizo, oro y, notablemente, el, euro. Aunque anteriormente la moneda europea se consideraba más bien un activo de riesgo, en medio de la creciente desconfianza hacia el dólar, está cambiando gradualmente de estatus.

Y por último —lo más importante—: el dólar ya no es solo una moneda, sino una declaración política. Y eso significa que los modelos estándar del análisis técnico pueden fallar. Es fundamental seguir no solo los gráficos, sino también los titulares, los contactos informales, las filtraciones, las pausas en los discursos del secretario del Tesoro. La nueva era no exige tanto una nueva estrategia como una nueva sensibilidad a las señales. Operar con el dólar ahora es casi como leer entre líneas, no entre niveles.

Аlena Ivannitskaya,
Analytical expert of InstaTrade
© 2007-2025

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